Jueves, 18 Agosto 2022 11:40

"Los modos de un estado espía, policial y escrachador son la peor cara de la crisis política del gobierno"

Escuchá el comentario editorial de Cristina Pérez.

Aunque la asunción de Sergio Massa haya tenido el tono de una recuperación de la iniciativa por parte del gobierno, tras ese jolgorio a los tropezones, lo que se esconde es la amarga rendición que implica encarar un ajuste para una coalición populista en descomposición. Había quienes decían que el gobierno tenía dos posibilidades ante la crisis: aceptar medidas ortodoxas ante un cataclismo económico o radicalizarse. Esto último aún le da respaldos preventivos al omnipresente ministro de economía. Quizás no advirtieron que en un sentido iban a ocurrir las dos cosas juntas, ortodoxia y radicalización.

Primero hay que decir que cuando nos referimos a gobierno, más allá de sus apariciones intermitentes, sus verborrágicos discursos, o sus estudiados silencios, nos referimos a Cristina Kirchner, verdadero poder ejecutivo por acción u omisión. Lo que se advierte tras las pesadas cortinas de las bambalinas del poder, es que la furia es inocultable y comienza a enrarecer el aire con metodologías persecutorias del más rancio autoritarismo, como vengativo espasmo. Como si todo tuviera la dinámica de la defensa en el temido juicio de Vialidad, un peligroso vale todo que busca embarrar a quien sea no importa con qué, o simplemente meter miedo, empieza a colarse en una frágil convivencia política y social, atravesada por las calamidades de la crisis.

El lunes un comunicador identificado con el oficialismo profiere abiertas amenazas a periodistas críticos del gobierno. “Algo hay que hacer con ellos”, resuena como una frase de otra época y muy oscura. Ni hablar de las apelaciones al miedo y a sus familias.

El martes funcionarios del propio gobierno cuyos acólitos días atrás se habían quejado del acontecer de los escraches, aparecen escrachando a ciudadanos que pagaban lo que llegaba en sus facturas y nunca pidieron un subsidio, pero que fueron mencionados como sospechosos que sacaban ventajas de los que menos tienen al anunciarse el aumento de tarifas. El escrache desde el poder es abuso de poder y una velada instigación a la violencia.

El miércoles, se difundieron listas con información privada sobre las tarifas que sólo está en poder del gobierno, es decir, que sólo puede salir de ahí, y que involucraba a empresarios, políticos y deportistas que tampoco son responsables de haber sido subsidiados. Fue el kirchnerismo quien permitió por años y años que fuera una ganga calefaccionar las piletas del barrio de Palermo.

En tren de disimular el ajuste, formatos de corte fascista invaden la escena en la que el trago amargo de las medidas ortodoxas, no se quiere tomar de una sola vez. Como cuando el médico dice que no queda otra que hacer dieta porque la mano viene seria y el paciente se toma varias semanas hasta que acepta que puede jugarse la vida en el próximo análisis del colesterol.

La sociedad argentina, a pesar de la decadencia que invariablemente la impregna por la crisis económica crónica, ha mantenido una reserva moral de defensa de valores que no sólo está detrás de los equilibrios en el congreso que frenaron cualquier sueño fanático de cambio de régimen, sino que sostiene como un estandarte, los puntales democráticos de la libertad de expresión y la división de poderes. En definitiva de la república. Esa, cuya esencia limitante del poder total, detesta el populismo.

Es la sociedad la que elige o deja de elegir si sigue o escucha a tal o cual periodista. Y prácticas que habían sido ya sello del kirchnerismo en los gobiernos de Cristina Kirchner, que buscaban incluso desde la tv pública la demonización permanente y el hostigamiento de quien piensa distinto son repudiadas por gran parte de la sociedad.

Quizás se trata menos de una ofensiva que de estertores defensivos de un gobierno que se retuerce por sus propias contradicciones y que reniega de hacerse cargo del fracaso de su gestión. Es difícil justificarse con el Ah pero Macri a tres años de gobierno. Y el ruido hostil que surca el aire es también síntoma de lo que cruje internamente en el poder y del temor a que esa decadencia, quede expuesta en su peor forma en la próxima elección. Los modos de un estado espía, policial y escrachador son la peor cara de la crisis política en el gobierno.

Todo ocurre en medio de las revelaciones dantescas de latrocinio que denuncian los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola en el alegato del juicio por Vialidad. ¿Quién podría reírse a carcajadas ante la cámara del zoom al tiempo que se le está adjudicando escandalosas maniobras de corrupción? Cristina Kirchner lo hizo durante la última audiencia. Hablaba con alguien más y su increíble actitud, transmitía el desprecio a ese proceso que, sin embargo, en su más íntima concepción del poder, la enfurece, y vive como un signo de intolerable debilidad. Cuando llegaron de Santa Cruz, los Kirchner ya habían puesto de rodillas a la justicia provincial, donde parientes y amigos ocupan las sillas de fiscales y contralores, como mueca de las investigaciones y controles que nunca existirán. No pudieron replicar esa matriz a nivel nacional, pero lo intentaron en forma denodada y lo siguen intentando con la embestida a la Corte o los inéditos sobreseimientos sin juicio bajo la bandera del lawfare.

El fracaso de ese poder total hoy camina a la par del fracaso económico y una catástrofe social de la que no hay aún registro consolidado porque sigue profundizándose y supera en ruina a la de 2001. No alcanza con trabajar para no ser pobre, hay millones de planes sociales que no sacaron de la pobreza a nadie sino que los hundieron ahí, más del 60 por ciento de los menores es pobre, hay gente que padece hambre en el país de los alimentos y como dice Guillermo Olivetto, hay 6 de cada 10 argentinos que nunca había vivido una inflación como la que escala hasta casi el 100 por ciento para fin de año.

No parece raro que el canciller Santiago Cafiero, confunda la bandera de Suiza con la de Dinamarca. Algo huele muy mal en la Argentina y es la descomposición en el poder. Nada más contundente para simbolizarlo, que un presidente de la nación fantasmagórico que ya no es requerido ni como títere de quien verdaderamente mueve los hilos.