Jueves, 25 Abril 2024 13:22

“Contra la casta si, contra la calle no”

Volvé a escuchar el comentario editorial de Cristina Pérez en Cristina Sin Vueltas.

Cuando el Presidente Javier Milei refiere por qué eligió a Santiago Caputo entre tantos consultores políticos que se ofrecían para catapultar el fenómeno de su incursión en la política cuenta que lo que lo decidió fue algo simple, pero fundamental: “Santiago era el único que no me quería cambiar”, dice el mandatario.

Hay una promesa que Karina y Javier Milei se hicieron a sí mismos casi como una forma de protegerse de los influjos del poder: que no perderían contacto con la realidad, que seguirían teniendo los pies en la tierra, que el poder no los cambiaría.

La energía que Javier Milei deposita en seguir siendo él mismo aparece en muchas situaciones. En mantener la irreverencia de los discursos disruptivos de campaña, los juegos con tonos de voz histriónicos que le permitieron conectar con los jóvenes, y la forma de empezar o terminar sus discursos como un sello. Ayer cuando comenzaba a hablar en la Fundación Libertad arrancó así:

Javier Milei entiende su rol como el de alguien que no permitirá que la política lo cambie o lo asimile. Juega al fleje cuando se pelea con periodistas o cuando se mofa de otros economistas de igual a igual como si no lo separara de ellos la investidura presidencial. También se arriesga cuando queda ligado con la casta como con la elección del juez Lijo. En ese tema se escuda con que la mayoría de la gente no sabe quién es Lijo. Por ahora él canaliza el enojo de la sociedad que lo votó harta de la decadencia y hasta disfruta de las críticas del establishment.

Lo que Karina Milei llama mantener los pies sobre la tierra puede verse en dos cosas si uno observa al presidente. Sus modos, la ropa, el pelo, la forma de hablar. Todo apunta a dar un mensaje: “Yo soy uno de ustedes, no de ellos”. Y a eso se agrega un pragmatismo como el que mostró ayer el gobierno al expresar una potente defensa de le educación pública a sólo horas de la multitudinaria marcha educativa por la incertidumbre sobre los fondos para las universidades. Milei redobló su apuesta contra los que usaron “una causa noble”, pero recibió el mensaje de la calle. Es que la calle es lo único que tiene el gobierno. Con apenas un puñado de diputados y senadores, estableció una legitimidad que se renueva casi plebiscitariamente. El gobierno de Milei ve las encuestas como los periodistas de la televisión ven el rating y se concentra en cumplir lo que prometió para renovar ese contrato con resultados: lo primero es bajar la inflación y lo segundo es una sensibilidad fina con lo que surja en la sociedad. Por eso, a diferencia del kirchnerismo, que ante una marcha en contra redoblaba la apuesta contra sus enemigos y embestía con alguna nueva maldad contra la clase media, el gobierno actual, lejos de la negación, tomó el reclamo y empezó a disputarle la bandera a la oposición. Contra la casta sí, contra la calle no. Alguna vez Cristina Kirchner tuvo esa sintonía fina. Como cuando tomó la idea de la AUH de Elisa Carrió y la puso en práctica. Luego, se encerró en su palacio de aduladores y se abrazó al relato.

El periodista Carlos Pagni afirma que a partir de ahora se juega una carrera entre las buenas noticias que pueda dar el gobierno y la aparición de un malhumor social puntual que le permita a la oposición montarse para sacar ventaja. En términos futbolísticos podríamos decir que Milei depende de sí mismo y sus opositores de los errores que Milei pueda cometer. Pero como en un juego de espejos, cada error que la oposición cometa cuando confunde oportunidad con oportunismo o cuando queda expuesta como casta, va directo a la cosecha de Milei.

Por la marcha educativa, nadie olvidó la mano vergonzante de Martin Lousteau.

Ahora viene otro momento crucial. Muchos aseguran que en estas horas habrá dictamen para la Ley Bases. Hubo cortocircuitos de último momento por la reforma laboral que introdujo el radicalismo a la ley. Miguel Pichetto salió al cruce y ahora hay una traba por los aportes sindicales obligatorios de los trabajadores que la UCR se resiste a mantener. Si hay una reforma necesaria es la laboral y que se provea de sensatez al mercado para que puedan ingresar más trabajadores registrados y para que bajen los costos de contratar. Eso permitiría incluso sumar fondos a las alicaídas cajas previsionales.

Si otra vez se frenara la ley, los únicos contentos serían los que no quieren que cambie nada. Pero los que se dicen dialoguistas y terminan defendiendo a la casta más rancia de todas como es la sindical, tendrían una victoria pírrica en lograr su cometido. Porque el gobierno, asegurando el ajuste fiscal, ya está logrando estabilidad y cuando eso se perciba más aún, el costo de negarle instrumentos se pagará con intereses. Por eso el presidente, los desafió a tirar la ley Bases si quieren

La inflación núcleo se mantuvo sin variaciones en las últimas cuatro semanas, clavada en cinco, es decir volando a un dígito. Y de a poco la economía va mostrando signos de estabilidad. “El país se ha vuelto medianamente creíble”, afirma el economista Juan Carlos de Pablo, pero también advierte que sería suicida que el presidente aflojara en material fiscal.

Los únicos momentos en que el gobierno distiende la cuerda del ajuste, tienen que ver con dos cosas: con intentar controlar la dinámica de los aumentos que faltan, como en el caso de las prepagas o el boleto de colectivo donde habrá un mix de incremento y subsidios. O con las cuestiones que aparecen como mandato desde la calle, como el caso de las universidades.

Si antes el sistema político estaba regulado por la grieta entre K y anti K, hoy, no Milei, sino la sociedad está mirando atentamente quién es casta y quién no es casta. Y a algunos, aunque escondan la mano, se les nota mucho.