Lunes, 29 Abril 2024 13:22

"Cristina y su cruzada para que nada cambie"

Volvé a escuchar el comentario editorial de Cristina Pérez en Cristina Sin Vueltas.

Cristina Kirchner no es original. Como a los pocos meses del gobierno de Mauricio Macri, reaparece como si no tuviera nada que ver con el desastre en que su gobierno convirtió al país. Aterriza en un plato volador, llega de un planeta donde se niega la realidad y le endilga a otro la miseria que ella nos legó. Es su método de siempre. Carecer de cualquier autocrítica y hablarle a su audiencia rabiosa donde no deja crecer el pasto.

Si ya era opinóloga en el gobierno de Alberto Fernández, que era su gobierno, y que ella misma condicionó, bloqueó y tomó mediante Sergio Massa, qué se puede esperar ahora. Cristina no sorprende con su falta de autocrítica, no sorprende con su impunidad, y no sorprende con su discurso rancio, con el que tuvo cautivo al país en un modelo que sólo produjo pobres.

Hoy, Argentina intenta salir de la decadencia en la que sus delirios de grandeza atraparon al país convirtiéndolo en una fábrica serial de pobreza. La resaca de la fiesta se paga con un presente donde la que falta es la que se llevaron con populismo y corrupción.

Cuentan los que conocen los pliegues diplomáticos de su radicalización política, que todo comenzó cuando los Castro la convencieron de que ella era la heredera de Hugo Chavez. Que en su peregrinación al lecho del líder bolivariano al que pocos podían acceder, la convencieron de que debía ser ella la nueva estrella de la izquierda latinoamericana. Cristina Elizabet Fernández de Kirchner, siempre había tenido ínfulas monárquicas y ese Olimpo de la Patria Grande cabía perfecto en su relato de grandilocuencia. Pero tenía que sortear un veto entre los países que esponsorean a los autócratas del semillero populista de Latinoamérica. Y Cristina estaba dispuesta a hacer todo para lograr la aprobación de Irán. Y lo hizo: el pacto inentendible donde la prenda infame de negociación eran los muertos de la AMIA y la baja de las alertas rojas, se enmarca en esa ambición. Hugo Chavez había muerto el mismo día que Stalin, un 5 de marzo. O eso fue lo que informaron. El halo soviético de corte stalinista que impregnaba su socialismo del siglo XXI, no se circunscribía sólo a Venezuela. Cristina siempre soñó lograr lo mismo que el antecesor del rústico Nicolas Maduro. Someter a la justicia, sofocar a la prensa, y gobernar para siempre. Pero Argentina no es Venezuela. Y sus genes de clase media -que ella siempre despreció- tuvieron reacción en la mismísima agonía, para liberarse de la trampa. La postración a la que el kirchnerismo dogmático de Cristina condenó al país generó tal desesperación que una contundente mayoría no dudó, y votó a Javier Milei con su promesa de shock y motosierra para volver una idea de progreso.

Si uno mira el mapa político de la Argentina de hoy, el ascenso de Javier Milei provocó un terremoto en la política y dejó un campo yermo de liderazgos. Los partidos tradicionales quedaron en estado de asamblea y el peronismo no escapa a esa interpelación.

Cristina salió a polarizar con Milei porque necesita que las luces la iluminen, aunque su estrella apenas sume un 20 % del electorado. Desde ahí mira el fenómeno de un presidente disruptivo cuya popularidad incluso en medio de un ajuste supera el 50% en todas las encuestas. En el medio no hay nada.

Hay algo de Milei que Cristina teme por sobre todas las cosas y es que el libertario, también le disputa el peronismo. Los que hablaban de pacto con la señora no se dan cuenta que más que un pacto, Milei busca quedarse con parte de su electorado que de hecho ya lo votó. Ella no sólo necesita evitar que nadie intente reemplazarla, también necesita impedir las fugas, en un peronismo derrotado por paliza, donde ni su falta de escrúpulos, ni quemar cinco puntos del PBI en la campaña, lograron evitar que la gente escapara aterrada del modelo de miseria que ella representa.

Pero no hay que equivocarse, Cristina nunca estará extinguida, en tanto pueda jugar, porque Cristina está presa del poder. No puede permitirse la jubilación, aunque cobre dos pensiones millonarias. No puede permitirse la sucesión porque en el peronismo no sobreviven los jefes caídos en desgracia. No puede permitirse salir de la escena porque tiene un frente judicial inmediato. Y no puede demorar más tiempo porque si Argentina se estabiliza, sólo le quedará la irrelevancia. Y a los irrelevantes todos les pierden el miedo pero especialmente los jueces.

Su protagónico es posible hoy, en el doloroso camino del ajuste. Su descaro o su cinismo no tienen por qué sorprender. Ella sólo aplica un modelo exitoso que hasta ahora le funcionó. No es el de la economía diezmada. Es el de los espejitos de colores que ya otras veces vendió y ganó. Si le compraron al Alberto moderado o al Sergio que heroicamente agarró la papa caliente, ¿por qué no intentar convencer a la gilada de que Máximo será la próxima reencarnación de San Martin? El premio es grande: lograr que nada cambie y que ella siga siendo necesaria.

Con su reaparición, Cristina Kirchner, renueva la memoria de todo lo que fue capaz con tal de quedarse en el poder para siempre, como si la Argentina fuera una más de las estancias que Lázaro compró con la nuestra en la lejana Patagonia.