Estamos en los días que separan lo que llega de lo que se va. Por varios motivos, parece más bien tierra de nadie. No por ser el territorio de tregua entre dos trincheras sino porque desde el fin de la campaña electoral sólo quedó en evidencia que no había gobierno, sino campaña. Campaña y apropiación del estado para fines electorales y facciosos.
Como en el teatro y en la vida, las salidas de escena son tan importantes como las entradas. Sobre todo, porque determinan lo que sigue. Las salidas de escena del kirchnerismo terminal indignan tanto como la ruina que dejan.
Luego de vestir la ropa de presidente sin serlo y usar montañas de plata para la campaña, Sergio Massa se borró como si todo fuera un mal recuerdo. Excepto por una cosa: la persecución contra quienes lo criticaron como el humorista Nik, que recibió un intimidante documento de un bufete de los Estados Unidos. El ministro que decía amar a la Argentina tanto como a sus hijos, presiona como un verdadero cipayo. Ojalá fuera lo único. Nos queda pagar la cuenta de todas sus medidas inflacionarias.
Pero no es sólo él quien deja facturas por pagar. O al menos eso intentaron con desvergüenza varios directivos camporistas de YPF que habían arreglado indemnizaciones millonarias de hasta cerca de 100 millones de pesos, para irse de la empresa del estado. Santiago Patucho Álvarez, Vicepresidente de Asuntos Corporativos, Comunicación y Marketing. Santiago Carreras, Gerente de Asuntos Institucionales y Públicos, Darío Garribia, Gerente de Desarrollo de Proveedores, y Hernán Letcher Coordinador de Presidencia y Director de YPF Litio, son los patriotas que no conformes con los sueldos millonarios que cobraron en la empresa estatal, buscaban llevársela toda. En pala. Si no habría trascendido el escándalo, estos servidores públicos no presentaban la renuncia.
Ayer también se despidió la Vicepresidenta Cristina Kirchner, autora intelectual de este desgobierno, pero dijo que en realidad no se va nada. “No me voy a ningún lado, saben dónde encontrarme”, avisó.
Ni queriendo Cristina podría jubilarse, aunque con ella nunca es el caso. Intentará mantener el liderazgo en el PJ y evitar que Javier Milei logre dividirlo con las incorporaciones peronistas a su gobierno y la renovación que debería esperarle al partido después de una derrota histórica. Obviamente, la vicepresidenta tampoco hizo autocrítica, y en el cuarto gobierno kirchnerista, sólo fue constante en una cosa: intentar salir impune de sus causas por corrupción.
Este año el Senado casi que solo abre para aguantarle los trapos a la ex jueza Ana María Figueroa que ahora sí parece que aceptó su destino de jubilada. A Cristina la esperan cuatro juicios orales y una decisión de la Cámara que podría llevarla tarde o temprano a prisión domiciliaria. Hoy, de hecho, se cumple un año exacto de aquella condena por seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos. Como alguien dijo por ahí: Cristina ya está presa del poder, aunque aún no esté presa.
Pero esta vez no es a ella a quien le queda el rol destacado de las despedidas del escenario sino al presidente más intrascendente que se recuerde: Alberto Fernández. Lástima que no se va en forma rutilante por algo digno de admiración sino por todo lo contrario. Mientras miles de argentinos caen por día al abismo de la pobreza, el presidente de la Nación dijo que no cree en las mediciones. Que “la pobreza está mal medida y que si hubiera semejante cantidad de pobres la Argentina estaría estallada”.
Se ve que el Presidente hace mucho no realiza sus propias compras en el supermercado y no habla con gente real que no vive del estado. Porque se daría cuenta que a la mayoría no le alcanza para vivir. Y encima, esa afirmación, de que la pobreza está mal medida no fue la peor. Según el presidente la gente miente cuando dice que es pobre, porque si tiene un plan le da miedo que se lo quiten.
Primero: Acusa de mentirosa a la gente el presidente que le mintió a todos los argentinos con su fiesta en Olivos. Pero, además, da a entender que un plan puede implicar no ser pobre. Y ahí hay una explicación mucho más profunda de todo lo que nos pasa. Podría decirse que, en este gobierno sin plan, el único progreso se redujo a darte un plan, y pretender que con eso ya no sos pobre.
Destruyeron la cultura del trabajo, pisotearon la dignidad de la gente, la entregaron a los gerentes de la pobreza, y ahora les dicen mentirosos porque cuidan su miseria no vaya a ser que no les quede nada.
Al presidente, lo denunció hasta una abogada kirchnerista por incumplir los deberes de funcionario al poner en duda los datos de pobreza que ni ellos pueden negar. Fernández no es original. Ya Kicillof quiso dejar de contar los pobres, y Aníbal Fernández deliró que había menos pobres que en Alemania. Luego de dejar una catástrofe habiéndose borrado como presidente, lo único que debería decir Alberto Fernández es, Perdón, y bajar la cabeza.
Hablando de catástrofes: hoy el presidente electo Javier Milei compartió una caricatura donde se ve un micro lleno de gente que acaba de volcar en la ruta. El micro se llama “Economía” y al lado del vehículo siniestrado, se ve al propio Milei siendo increpado por Cristina Kirchner que le hace entrega de las llaves del transporte que viene a ser este bondi en el que vamos todos. En el dibujo él le dice: “Poder arrancarlo va a llevar tiempo”. Ella, enojada, lo acusa: “¿Ehhh? ¡Catástrofe Social!”
Así de simple, tiran la herencia por la cabeza con heridos y todo, y culpan al que viene, por lo que hicieron ellos.
Ojalá fueran una caricatura, y no esta película de terror. Ojalá de las muecas del teatro quedara la de la comedia, y no la tragedia social que deja el kirchnerismo.