Lunes, 19 Diciembre 2022 10:45

"El legado de este equipo es que ser los mejores es no bajar nunca los brazos"

Volvé a escuchar el comentario editorial de Cristina Pérez en Cristina sin vueltas.

Argentina despertó queriendo ser como sus embajadores. Y reconociendo en el cuerpo una extraña y enorme alegría como no teníamos hace demasiado tiempo. En algo ya nos parecemos a estos chicos, desde los magullones de la realidad. Como ellos, estamos acostumbrados a que las cosas, teniéndolo todo, nos cuesten el doble. Si algo sentimos a lo largo de todo este mundial, es que nunca fue fácil. Que había que sufrir hasta el último minuto. E incluso, teniendo a los mejores, comenzar perdiendo. Viviendo la agonía para ganar el pan, desde el primer partido. Con la espada acechando, con el agua al cuello, sin margen de error y la cuesta arriba. Así se ganó este mundial. Nunca, ni un partido, fue fácil. Al contrario. Siempre sentimos que aún, teniéndolo todo, -el mejor equipo, los talentos individuales, al mejor del mundo, un entrenador que es un señor de la sensatez, y un fútbol bonito-, nos costaba el doble, o el triple, o una tremenda agonía, dar cada paso. Sentimos que no había derecho. Pero también vimos con asombro y admiración, que ese sino dramático, que se imponía como para asustarnos, no nos asustaba. Que le faltábamos el respeto, a puro trabajo y empeño, a tanta empecinada adversidad. 
 
Lo primero que se me ocurre decir, es que estos chicos no vinieron de otro planeta, vinieron de este mismo país. Y que, ante la adversidad, que es nuestra materia más conocida, ellos decidieron hacer valer su atrevimiento, para que la adversidad los coronara doblemente como los mejores. Porque eso es ser los mejores: no que cueste poco, sino darlo todo. Dieron vuelta las cosas con talento, pero con esfuerzo para ser los mejores, trabajaron para ser los mejores, cuando todas las puertas parecían cerrarse en cada partido. Nos quedamos todos con la sensación de que estamos destinados a sufrir, pero no a bajar los brazos. Y que eso tiene premio. Este equipo nos deja ese legado: que no bajar los brazos tiene premio.
 
Es sólo fútbol, pero es mucho más que fútbol. Este país acostumbrado a las decepciones, que lo hacen desconfiar por defensa propia de las promesas, vivió un hito colectivo de fe, pero construido de una manera totalmente distinta. No fue una religión, no fue el fanatismo porque sí, no fue sólo la bendición de tener al mejor del mundo. A él mismo, la gloria de un mundial se le hizo desear hasta el último segundo del último partido. Y quizás por eso se desplomó de rodillas cuando el último tiro penal, bajaba el cielo a la tierra. 
 
Desde antes del mundial, comenzó a correr como frase contagiosa, una curiosa unión de dos palabras, un maridaje si se quiere contradictorio, sólo posible en una tierra donde casi siempre es mejor, o ya es vicio ser incrédulos: Elijo creer. Elijo Creer fue el extraño hechizo argumentado que, mezcla de deseo, lógica y superstición, ganó la calle. Es gracioso, porque sólo en un país con tanto descreimiento y tanto fraude dando vuelta, el creer, no puede darse en automático: tuvo que ser una elección. Tuvimos que elegir creer.  Y entonces, se tejieron las más inauditas coincidencias para encontrar los fundamentos o para inventarlos, pero para creer por algo. Creer por una razón que nos diera la pauta de que nos podía ocurrir por fin lo que queríamos, a nosotros, que se nos viene cerrando el arco desde hace tanto. Y en el medio, ser capaces de dejar el alma para tenerlo. La fe hacía su parte, pero era la fe en lo que podían hacer las personas, en que lo iban a dar todo, en que, como dijo el mejor jugador del mundo, no nos iban a dejar tirados. 
 
Ayer en uno de esos momentos en que el partido parecía habernos lanzado crudamente desde las alturas de la gloria al desierto de la derrota, supimos, en cada braceo por no aceptar el naufragio, en cada segundo de sudor, en la determinación por no tomar la derrota como un destino, en cada paso más con el físico roto, en cada agónica búsqueda del gol, que el equipo ya era un ganador antes de la copa. Que se es campeón antes por la actitud, antes por la pelea, que por esa cuota que depende a veces un montón de la fortuna. Que la fortuna no se hubiera rendido a nuestros pies si nos hubiéramos rendido.
 
Nos quedamos todos pensando si en esta realidad cotidiana, donde las adversidades son lo común, donde también lo tenemos todo para ganar, pero venimos hace tanto tiempo perdiendo, donde necesitamos sospechar para sobrevivir porque han traicionado demasiado a la buena fe, hay acaso espacio para los que quieren romperse el alma, ser los mejores con talento y con trabajo, sin que logren su cometido los que quieren poner al mérito de rodillas, y lo obliguen a partir porque te desvivís para hacer los goles y ellos vienen y te clausuran el arco. 
 
En este equipo se puede encontrar un mito virtuoso, que no es el de ningún Olimpo de la excepcionalidad, sino de los arados del esfuerzo, el talento y la generosidad para jugar bonito el juego bonito. 
En una de esas instancias agónicas y sufridas que tuvo el partido, en las que los que eligieron creer, veían su fe, puesta a prueba una vez más hasta el último segundo, pensaba que esa altura ya todo el mundo quería que gane Argentina, o al menos todos los que aman  el fútbol bonito, este juego impredecible donde nada nunca parece estar dicho, como en la vida. Porque no era solo ganar como sea. Argentina ganó como se sueña ganar: con belleza, con coraje, con amor. Cualquiera que ame al fútbol no podía sentirse ajeno al juego bonito Argentina. A la conmovedora exhibición del talento en el límite de la presión. A esa gracia que no sale por casualidad, al poder del talento conjugado con un corazón invencible, que no se resigna, ni siquiera cuando todo está perdido. Quizás ese sea uno de los mensajes de este equipo que nos representa. Que no podemos resignarnos, aunque a veces nos parezca todo perdido. Que podemos abrir el camino y llegar a la red. Que tenemos un montón de cosas para ser los mejores del mundo y no por ser los mejores del mundo frente a los otros, sino porque nos merecemos ser los mejores del mundo para nosotros dándolo todo por seguir adelante. 
 
Un simple equipo de fútbol de pronto se convierte en ese Olimpo de un país al que le han castigado demasiado los sueños. Pero no lo hace con un mensaje descabellado, sino con los pies en la tierra, exaltando valores y virtudes, que bien pueden ser un faro en esta borrosa realidad. Era el año más triste este 2022, hasta que esta alegría de último minuto cambió la convulsión normal de los diciembres por una algarabía en comunión, o por una comunión de algarabía. 
 
Dan ganas de elegir creer, no porque sea magia sino porque por fin nos decidamos a no dejar pasar, a no malograr, la próxima oportunidad. 
Hoy, con las joyas del espíritu que convoca la alegría, y aún en medio de esta embriaguez, está bueno hacer algo con esta metáfora, de decir, mientras estamos así, en carne viva, que vamos a pelear cada pelota con el celo de un chico.